viernes, 12 de julio de 2013

Incertidumbre.

Estado de activación que se produce cuando nuestro cuerpo o mente, no detecta muy claras las consecuencias a las que nos va a llevar lo que estamos realizando o lo que vamos a realizar.

Es un estado fisiológico, necesario, enriquecedor, y extraño. Sobre todo esto último.

Llega a nosotros cuando nos atrevemos a salir de nuestra zona de confort, o dicho de otro modo, cuando nos probamos a nosotros mismos (inconscientemente) para ver hasta donde somos capaces de llegar por conseguir una meta, o simplemente un hecho concreto correspondiente a ese momento de la vida.

La incertidumbre suele surgir tanto ante las dificultades o adversidades, como cuando las cosas van bien y sobre ruedas. Es decir puede tomar diversas formas además de variadas intensidades, dependiendo de la situación y la personalidad del sujeto que la “padezca”.

Nuestras pequeñas decisiones cotidianas determinan nuestro futuro, lo queramos admitir o no, es así. Y estas pueden estar condicionadas por nuestro estado de activación anteriormente citado.

Si la incertidumbre aparece es porque estamos cerca (o profundamente inmersos) de vivir una experiencia diferente, enriquecedora y gratificante.

No creas que es algo negativo, ni mucho menos. 

Es tuya. Sólo tuya. Detéctala, saboréala, manéjala, dale forma y ¡Disfrútala!

 Es la primera vez que reflexiono y escribo dentro de un avión internacional sobrevolando el océano Atlántico. Ahora mismo me hallo en una situación como la que he descrito, desbordada por la incertidumbre, pero a la vez me siento plena, llena, ilusionada, válida y expectante por todo aquello que está por llegar.

Bajo mi punto de vista, es fundamental tener una mentalidad positiva por todas las dificultades que puedan intentar anteponerse en nuestro camino:

Lo fácil es aburrido. La incertidumbre te fortalece y te enriquece.